CINE CON KARÁKTER
Dreverhaven vs Dreverhaven
La Universidad. En algún momento uno deja esa mochila que se usó algún tiempo. Uno gira la manivela del recuerdo y proyecta para sus adentros, con esas locaciones como escenario, la película deseada, maquillada, ligeramente cursi que protagonizamos o quisimos protagonizar. La feliz evasión en grises, sepias o technicolor, se sucede hasta que la melancolía jaspee el temporal The End para seguir con las obligaciones cotidianas que uno voluntariamente ha asumido o a las que nos han obligado. Para desgranar este texto proyecto en la caja negra que es mi memoria el haber sido parte, y asiduo concurrente, de las distintas proyecciones de películas y documentales en Derecho. Cuando cursaba el segundo año un amigo mío, José Ignacio Infantas Moscoso, Nacho para los amigos y no amigos, tuvo la iniciativa y acierto de implementar un cineclub en la facultad. Como piloto se proyectó, en el sacrosanto auditorio para grados, cintas medulares de la historia del cine como “Citizen Kane” y la perturbadora y tierna “A Clockwork Orange”. Esa primera vez, sin dolor incluido, fue aceptable, permitiendo dar luz verde a que se desarrollara un programa mensual, la única condición era que lo jurídico fuera lo transversal en todo lo que vaya a proyectarse; de esa forma se amortiguaron los anodinos berrinches de aquellos que pensaban que mirar películas era una manera encubierta de justificar el ocio inútil los jueves o viernes. En esa primera temporada de proyecciones estaba incluida la holandesa, poco conocida, “Karakter”, que ganó el premio a mejor película extranjera en los Óscars de 1998. En la caja negra alojada en mi sesera esa proyección quedó labrada en altorrelieve para siempre.

Dreverhaven (Jan Decleir)
“Karakter” es un drama basado en la novela homónima de Ferdinand Bordewijk, dirigida por Mike van Diem y ambientada en la Holanda de principios del siglo pasado. El argumento se soporta en el devenir de Jacob Willem Katadruffe (Fedja van Huêt), personaje central y nuestro héroe griego, él crece entre dos murallas que son las orgullosas personalidades de sus alejados progenitores. Su padre, el temido y diligente ejecutor de justicia, oficial de juzgado, Dreverhaven (Jan Decleir) y la silente e impersonal Joba (Betty Schuurman) son una presencia perturbadora, pero muy importante, en el delineado de la trama. Jacob es acosado desde pequeño por su condición de hijo no reconocido, la bastardía es un estigma social en la Europa de entreguerras; tanto en el vecindario como en el colegio, la violencia verbal y física es recurrente e inexorable. Esos hechos harán que Jacob se haga un ser tan silencioso como su madre y que busque refugio en la lectura de una enciclopedia incompleta que encontraron en una de las tantas mudanzas a las que fueron empujados como familia incompleta. La negativa del padre a considerarlo, incluso en situaciones críticas como el arresto por un robo en el que no participó, hace que el pequeño Katadreuffe empiece a cuestionarse sobre su lugar en el mundo. El resentimiento al padre sería el principal motivo para superarse, Jacob no se resigna a su condición y decide hacerse abogado, proyectarse arriesgándolo todo. De manera temeraria consigue un puesto de oficinista en un reconocido buffet comercial, desde ese día asiste al pintoresco abogado De Gankelaar (Victor Löw), quien se convierte en su protector, mecenas intelectual, y quizá, el padre que quizá siempre quiso tener. Katadruffe tiene claro que la sofisticación del lugar, del roce social y cultural a ese nivel, serían afrentas para el indolente Dreverhaven. Las fricciones con el padre se hacen más mortificantes a medida que el relato toma curso, “…una deuda es una deuda” sostiene Jacob tratando de demostrar a su progenitor, devenido en prestamista y por ende su fatal acreedor, que él puede valerse por sí solo y que responderá por la acreencia de igual manera. Acompaña a este coro de caracteres la presencia del amigo Jan Maan (Hans Kesting), vital inquilino que cuida de la madre, marcado por el sueño comunista, y está también la bellísima Lorna Te George (Tamar van den Dop) la mujer que nunca se tendrá, quien admira ímpetu y desenvolvimientos pero al parecer eso no basta.

Jacob Willem Katadruffe (Fedja van Huêt) y Lorna Te George (Tamar van den Dop)
“Karakter”, con esa doble K que sugiere una kafkiana historia, tiene, como en las muchas ficciones de Franz K, ese pesado anclaje que es el arquetipo paterno, el cual muchas veces se muestra imponente y cruel, remarcado con una orgullosa manera de hacerse notar acosando, provocando y agrediendo al hijo, quizá como réplica a la negativa de la madre de haber aceptado casarse con él, quizá motivado por reconocer que su hijo en algún momento tomará su lugar. Las fricciones provocadas voluntariamente por Jacob, son una manifestación del aspirante a abogado de hacer notar a su padre que él puede superarlo socialmente y simbólicamente, traspasar la humilde pero enérgica condición del progenitor de ser un consuetudinario empleado de juzgado sin estudio alguno, para llegar a ser un profesional del derecho, con un título profesional que lo avale y académicamente cueste. “Karakter” es una película fría, austera en colorido como la existencia de todos esos personajes, con un inicio que invita a involucrarse con la historia y con un final anunciado desde el principio. Esta cinta holandesa fue una revelación para muchos, cargada de una belleza merecidamente sobredimensionada, donde guión, realización y puesta en escena se integran de manera notable.
Está película tuvo un fin pedagógico, como exigía la justificación del proyecto de ese olvidado cineclub. Para muchos, en los que me incluyo, fue la piedra fundacional para confirmar que el cine no es solamente efectivismo y oficialidad venida del norte. “Karakter” fustigó a la curiosidad para que abra sus infinitos ojos a la búsqueda del cine de otras partes, de conocer esas otras latitudes geográficas por el ese arte, de familiarizarnos con las variadas maneras que se tienen de asumir en el écran tópicos tan universales como las relaciones padre e hijo. Una cinta como la reseñada motiva esa costumbre hedonista de buscar películas que hagan la vida más soportable, esa búsqueda de sensibilidad grababa en veintitantos fotogramas por segundo de esa, inclasificable aún, condición que nos hace humanos, demasiado humanos.